La sorpresa de Europa en colores rumanos
- Laraprzjmn
- 18 may 2019
- 3 Min. de lectura
Hace no mucho hice un viaje que merece ser contado. Fue en febrero, época en la que el invierno parece que ha llegado para quedarse, cuando el frío se te introduce en los huesos y no hay manera de apartarlo. Esa etapa en la que nieva en toda Europa, menos en España. Aunque también en la que menos responsabilidades tienes, y puedes permitirte perder un día de clase.
Como el invierno en España no es lo suficientemente frío, merece la pena coger un avión hasta un país famoso por la nieve que le roza cada año. En este caso, Rumanía. Y la experiencia fue una vez más motivo para no fiarte de lo que otros cuentan. No sé si será por la suerte, por el cambio climático o porque la semana anterior hubo un temporal, pero, aunque la nieve nos llegaba por las rodillas, el plumas nos sobraba. Las carreteras no eran grises, sino blancas, y el sol iluminaba la nieve de tal forma que las gafas de sol fueron un complemento indispensable.
En tres días no puedes pretender visitar todos los motivos turisticos, pero si te organizas, da tiempo a disfrutar y quedarte con la sensación de haber aprovechado al máximo cada minuto. El primer día fuimos a ver los castillos, condición indispensable no perderse ninguno. Por muy famoso que resulte el de Drácula, tan solo es fachada. Un poco mas cerca de Bucarest te encuentras a Peles, un castillo verdaderamente bonito, tanto por dentro como por fuera. Pasarás más tiempo disfrutando de sus vistas y los monumentos que en Drácula, aunque si lo pillas nevado, ambas son alucinantes. Sin duda, la nieve es una de las principales razones para visitar este país del Este de Europa.
Por la tarde puedes coger el coche de alquiler e irte hasta Rasnov, una ciudad amurallada en lo alto de una colina. No hace falta que explique las vistas. Arboles enormes, todo verde, con el toque blanco que hace que el paisaje sea único. Un universo distinto, desde luego.
Al día siguiente programamos realizar una ruta de senderismo. Antes de nada, hay que tener en cuenta que los bosques de Rumanía no son como en España, allí habitan osos pardos y lupus. Pero si tienes cuidado y sigues las señales, el paisaje que descubrirás permanecerá en tu memoria hasta que esta se desvanezca. La ruta se llama "del Oso y las Siete Escaleras", pero en invierno es imposible acabarla a causa del hielo y la nieve. A mitad de camino, en el cañón, deberás dar media vuelta. Pero nuestra aventura no acabó allí, pues seguimos un sendero que indicaba "ruta familiar" y acabamos en una colina, rodeados de nieve, sin nadie alrededor y sin marcas que seguir. Al estar perdidos tuvimos que confiar en la sabiduría de Google Maps.
Una vez encontramos la salida, cogimos el coche para volver a Bucarest. Son tres horas de viaje, pero el cansancio se vio recompensado al llegar. Reservamos hora en "The Palm", una de las zonas del spa más grande de Europa, incomparable con las imágenes que puedas encontrar en Internet. Sin duda la mejor opción para relajarse, tanto dentro del recinto, como la zona de fuera, a la cual se accede desde dentro de la piscina. Una vez salimos del spa, llegamos al hotel, donde nos esperaba otra sorpresa totalmente inesperada. Había alguien ajeno durmiendo en nuestra habitación. Está claro que los rumanos no se caracterizan por la administración.
Al día siguiente volvíamos a España, pero decidimos hacer un poco de turismo por la capital. Si Madrid es conocida por el tráfico y la contaminación, Bucarest debería de serlo solo por la contaminación. Ni siquiera el parlamento pudimos verlo bien de la nube negra que nos rodeaba. Una gran decepción en comparación con la maravillosa experiencia que habíamos vivido hasta entonces.
En general, el viaje estuvo cargado de gratas sorpresas e inolvidables experiencias que acompñarán para el siguiente. Una parte del mundo que merece la pena ser descubierta y que, ojala algún día, cuiden mejor, porque el tesoro que tienen es para conservarlo, no para explotarlo.





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